Hasta entonces, si había alguna duda de cómo había ocurrido, la Iglesia la eliminaba: la vida procedía de un Ser Supremo, de un Creador, de Dios. Este pensamiento perduró mucho tiempo, alargándose en los siglos, pese a muchas teorías que negaban esto, que afirmaban que la vida no había sido estática ni espontánea.
Sin embargo, hasta el s. XX no se arrojó la suficiente luz sobre el asunto. Fue un científico soviético, Alexander Oparin, quien propuso la siguiente teoría: la Tierra, hace millones de años, bullía energía, pues había volcanes, grandes tormentas eléctricas, radioactiviad, rayos ultravioletas procedentes del Sol... Además, la atmósfera no era la misma que la actual, y estaba formada por hidrógeno, metano, vapor de agua, y amoniaco, principalmente. Así pues, con todas estas características, Oparin propuso que se podían crear pequeñas moléculas de aminoácidos, que serían el origen de las células y de la vida, ya que se daban las condiciones adecuadas. La enorme energía eléctrica de las tormentas actuó sobre los gases de la atmósfera y se formaron en el océano de aquel entonces, o caldo primitivo, las primeras pequeñas moléculas que, aislados del medio y, lentamente, formarían primero una proteína, luego una célula, luego un ser vivo...
Pero por muy convincente que sonara la teoría de Oparin, quedó en teoría hasta que, desde el otro lado del charco y el otro bando de la Guerra Fría, un científico estadounidense, Miller, realizó este experimento: recreó la atmósfera primitiva y le aplicó unas grandes descargas eléctricas. Estos gases electrizados fueron condensados y recogidos en un recipiente, que, pasado un tiempo, contenía moléculas orgánicas. Miller, en su tesis doctoral, había verificado la teoría de Oparin.
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Satnley Miller y su famoso experimento. |
Oparin, el gigante soviético que arrojó luz sobre el origen de la vida. |
Aún queda mucho por demostrar...
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